La pieza encara su tercera temporada con tres funciones semanales, lo cual demuestra la predilección del público porteño por las puestas basadas en la caracterización de personajes y en el tratamiento de relaciones familiares conflictivas.
La propuesta estética y dramatúrgica de Julio Chávez plantea de manera sostenida una recuperación de cierto universo doméstico en el que confluyen lo patético y lo pintoresco. La de Vicente López, que se emplaza en un patio casero recreado de forma naturalista por la escenografía de Marcelo Valiente, utiliza las fiestas (como ya lo han hecho otras obras) como escena privilegiada para mostrar un mundo familiar colapsado.
A dicha cena de fin de año asiste una familia fragmentada. La ausencia de figura paterna y/o de marido también es un elemento recurrente y un argumento casi mágico que justifica la inclusión de personajes caricaturescos, tanto femeninos como masculinos, pero sobre todo femeninos, porque la mujer sigue siendo un objeto enigmático, más objeto que enigmático, a decir verdad. La familia de la de Vicente López (quien, como su nombre lo indica, vive en ese barrio, situación cartográfica que ya la opone al resto), está constituida por su hermana (una señora mayor que se niega a aceptar su situación, tanto etaria como económico-social), su sobrina (una solterona madura y perturbada por un fervor entre masoquista y religioso) y su sobrino (un joven que padece un retraso mental). A estos se le suman el amante de la blonda señora de zona norte (un joven y parco semental uruguayo), y un pintor, con acento de provincia y caracterización física de otro planeta, aspectos que parecen alcanzar para acarrearle severos problemas de comunicación y su confinamiento en una especie de limbo.
En efecto, son las caracterizaciones las que constituyen la base de la puesta y evidencian la mediación de todo tipo de discursos previos, conformados tanto por estereotipos ideológicos barriales, como por actuaciones vistas anteriormente en otras obras o films, por lo que cada personaje parece ser un compendio de textos de todo tipo. Esto se materializa en la elección del vestuario, los movimientos, la gestualidad, el maquillaje, el peinado, la prosodia, la proxemia y, como consecuencia de lo anterior, en la trama.
Así, los diversos perfiles que van delineándose y las relaciones entre los personajes que derivan de ellos, son desarrollados a través de diálogos y situaciones que se van sucediendo a lo largo de la velada y que preanuncian cual trompetas angélicas el final apocalíptico de la pieza. Reza la gacetilla de la obra que el tema de la misma son las expectativas que unos depositan en otros y que no llegan a cumplirse. El tema parece ser el otro, ese otro que nunca es lo que queremos. O ese otro que, con nuestras proyecciones y prejuicios a cuestas, desaparece como diverso, para convertirse en un estereotipo. Algo hay en La de Vicente López (ya desde el título) de todas estas consideraciones previas que juzgan al otro sin verlo.
Entonces, cual día de paga, todos cobran. No se salva nadie: hay para el pintor (por pobre y por bruto), para los discapacitados mentales (por tontos), para las hijas explotadas por sus madres (por reprimidas y por feas), para las señoras de edad (por viejas verdes), para las señoras de zona norte (por chetas... y por viejas verdes), pero sobre todo, hay para los uruguayos (por ¿?... orientales). Los hermanos uruguayos cobran de lo lindo, son los que más cobran, a decir verdad, porque bien sabemos cuánto le gusta al argentino darle para que tenga a sus parientes más cercanos.
Todo esto, que desata los conflictos entre los personajes, provoca gran hilaridad en los espectadores. Y el desconcierto de todos...