(El bien del Sauce Edita)
Con una performance poética, teatral, musical y audiovisual
Silvina Pizarro escribe rojo y su lápiz nos besa en filigrana. La pasión del color, de las ausencias y de los vericuetos del amor y el desamor nos conducen hacia universos de matices nuevos. Hay en sus versos un temblor de pájaros, una promesa de verdades sólo reveladas en los sueños. Sus poemas se hilvanan con ternura y a su vez con la fuerza de la tormenta, se instalan en los bordes de las heridas que sangran para marcar una huella que cura desde el universo de la razón y del desconcierto. Silvina Pizarro escribe, y mientras lo hace nos sumerge en sus abismos más profundos para acompañarnos en un viaje hacia el interior de nosotros mismos, de nuestros propios vértigos. Es una poesía del vivir, del no dejarse estar en la corriente, a la deriva. Nos interpela: no se abandonen a ese no ser que el desamor a veces nos propone. Silvina emerge con su cuerpo y con su piel a través de un hombre que camina en compañía de su perro: nos guía temblorosa y sus pasos tiritan en nuestras piernas, en todo nuestro ser. Porque ese hombre y ese perro se corporizan y nos habitan a través de cada palabra construida con la perfección de aguja de encajera. Hay un hueco, también hay un color que completa ese hueco, un perfume y una textura que nos invita a acompasar la melodía de sus versos. Nos describe ausencias que sólo se soportan en cámara lenta. Su poesía es color, va del rojo, pasa por el sepia luego nos invita al caoba y nos inunda de ramilletes de amor en las vértebras. Cómo no caminar sobre esa alfombra de crujidos, cómo no escuchar el húmedo aullido de su voz si esas imágenes nos transportan a un tiempo y un espacio de complicidades con olor a menta, con sabor a miel, con suavidad de terciopelo y caricia de pétalo. Y algo pesa menos que el aire cuando sus versos resuenan. Silvina Pizarro escribe, es poeta, con todo el peso y la pasión de la palabra poesía, con la ligera presencia de sus objetos más preciados; hace de las palabras un nuevo canto que arrulla la suavidad del gato, de la miel, del contacto fresco de pieles en su piel. Silvina Pizarro escribe, es poeta. El lector podrá bosquejar sus versos en su cabeza al ritmo de su cadencia, reconocer sus pesares, sus distancias, sus apegos en cada melodía. La poeta Silvina Pizarro tembló al desgranar estos versos, nosotros, lectores invitados al banquete, temblaremos con ella también al saborearlos. Brindo por la poesía entonces, por los poetas y por todos los seres que tendremos el inmenso privilegio de recorrer su existencia.
Contratapa, por Camilo Sánchez
Benditos los libros que generan preguntas. ¿En qué número de versiones sucede el abandono del poema? ¿En qué cifra de la escritura el poema deja por fin de pertenecernos? Esas preguntas parecen estar en cada poema de este libro, en cada línea de estos poemas se aventuran esas interrogaciones. Rojo de Silvina Pizarro también genera certezas. La posibilidad de su relectura, una y otra vez; la invitación, también, a la lectura en voz alta; la percepción de una voz que se percibe claramente toma la palabra en estos poemas y la convocatoria cierta de esa voz, a la vez, por tocar zonas sensibles del mundo del Otro. Cuatro preceptivas de todo libro de poemas que Rojo de Silvina Pizarro responde con soltura de intensidades y belleza intelectual. Ese otro lado. La alteridad. La poeta ve el mismo mundo de todos sólo que, consciente de su finitud infinita, con la inquietud satisfecha de quien ha ido tan lejos, traza y teje palabras en la vastedad del vacío.
- Este espectáculo formó parte del espectáculo: Ciclo de cortos
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