Karina Mauro- Ha terminado la sexta edición del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires. Independientemente de la reflexión acerca de la conveniencia o no de realizar un festival internacional, con la consiguiente desviación de recursos materiales e inmateriales para ello, nos ocuparnos de realizar un panorama general del evento.

Natacha Koss-
¡¡Momentito!! Yo sí reflexiono. Sin ser oficialista (aunque no sé qué sería ser oficialista: ¿Aníbal Ibarra, Jorge Telerman, Mauricio Macri, Néstor Kirchner, Graciela Casabé?), tengo que reconocer que sostener un proyecto desde 1999 a esta parte, con todo lo que pasó en el país, es un mérito que hay que reconocer. Y más todavía, si ese proyecto es cultural. 

K.M.:-
Comencemos por el principio.

N.K.:-
Apareció como una apostilla en la nota de Mónica Berman, pero comento nuevamente la verdadera inauguración del Festival. Los chicos de la EAD (Escuela de Arte Dramático) se anticiparon a Conjunto di Nero, realizando una performance en la puerta del Teatro Alvear, reclamando artísticamente el presupuesto que el gobierno (el mismo que auspicia el Festival) le niega a la institución.

K.M.:-
En esta nota, queremos compartir algunas impresiones acerca de las actividades de las que hemos participado y de los espectáculos que hemos apreciado a lo largo de estos intensos veinte días. Intensos para todo aquel que haya tenido el suficiente empeño de combinar la concurrencia a los espectáculos con la rigurosa internación en el Centro Municipal de Exposiciones, donde se desarrollaban las Noches de Autor (auténtico hallazgo de esta edición), las fiestas, presentaciones de libros, charlas y seminarios; lugar en el que también se podía pasear, sentarse en los blancos sillones o clavarse un choripán…

N.K.:-
Clavarse… me da un poco de impresión… para mí un café. Los silloncitos eran muy cómodos, pero la bola espejada no combinaba con todas las actividades, como por ejemplo la charla sobre teatro kabuki que dieron los japoneses. Además, ese lugar tiene una acústica anti-artística, que afectó a todo el mundo.

K.M.:-
Una de las primeras cosas que saltan a la vista de la cronista, es la fenomenal endogamia que circula por el Festival. El hecho de que esta edición contara con un inédito punto de encuentro, promovió, justamente, el encuentro de las mismas personas día a día. Una especie de retiro espiritual de la gente del medio o, mejor dicho, de cierta parte festivalera de la gente del medio, porque no estaban todos. Eso que queda claro. Sin duda alguna, la franja etaria de teatristas de concurrencia frecuente se ubicaba entre los 30 y 40 años, con algunos representantes de las inferiores y del cuerpo de veteranos, como no podría ser de otra manera. Vestidos y peinados para las distintas ocasiones, podía vérselos por igual en charlas, fiestas y demases.

N.K.:-
Si hay algo que el Festival requiere, es tiempo. Si una, además, trabaja, estudia, o hace las dos cosas al mismo tiempo, ve indefectiblemente restringido el acceso al Predio Municipal de Exposiciones, que queda en el culo del mundo y lejos del teatro.

K.M.:-
El “clan” de habitués (que parece que ni trabajan ni estudian) pasaba más desapercibido en las funciones de obras extranjeras, donde se perdía, invadido por los “otros”, verdadero maremoto de personas de todas las edades y procedencias, que inundaba las salas y aplaudía de pie. El paradigma de la invasión fue la función de invitados de la obra Les Éphémères, de Ariane Mnouchkine, cuyo retraso por motivos náuticos (la escenografía que venía en barco no llegó a tiempo… A juzgar por la cantidad de parafernalia utilizada para el espectáculo, seguro que venía en un transatlántico), no impidió que se presentara un auditorio copioso, en el que podía encontrarse de todo. Cual representación isabelina, las gradas encontraban sentados, igual de incómodos, a Claudio Villarruel cerca de María Inés Sancerni, a Daniel Grinbank no muy lejos de Claudio Tolcachir y a Luisa Kulliok y Leonor Benedetto, sin contar a Teresa Constantini que también andaba por ahí. En fin: de todo y para todos los gustos, las variopintas celebridades soportaron las ocho horas y escucharon en el más respetuoso silencio a la Mnouchkine, cuando aparecía con toda su humanidad, para pedir que por solidarité con los que no tenían entradas, todos se quedaran quietitos para ver dónde quedaban lugares libres. Toda una muestra de auténtico republicanismo francés. El público, como no podía ser de otra manera, la ovacionó con la emoción propia de los librepensadores vernáculos.

N.K.:-
Creo que a la obra de la Mnouchkine hay que pensarla, tanto en el plano artístico cuanto en proyecto cultural integral, incluyendo una reflexión con respeto al modo de representación occidental. Esto se ve claramente en el libro que presentó en el marco del Festival, y en los videos que trajo con respecto a sus experiencias teatrales en Asia y África. Me parece que lo que tenemos que lamentar, es que esta gente llegue a Buenos Aires años después de su apogeo. Lo mismo sucedió en 1999 con Peter Brook.

K.M.:-
Los mexicanos me partieron la cabeza en el más amplio sentido de la expresión, con De monstruos y prodigios. Y no sólo por la famosa guerra de panes con la platea, sino por la absoluta coherencia en la elección de éste y otros recursos estéticos para relatar la historia de los castrati, que no era más que un modo de hablar de la historia de las formas de representación… Muy bueno lo de los mexicanos. No me daban las manos para aplaudir. De haber sabido, llevaba algo para hacer más ruido.

N.K.:-
La otra gran perlita fue Ensaio. Hamlet de los brasileños Cia. dos actores. Es notable el hecho de que casi todas las ediciones del Festival incluyen un Hamlet; y es notable, también, que todas las versiones sobre el clásico shakespeariano, sean muy diferentes y muy buenas. Ésta, en particular, era muy graciosa. El que esperaba la melancolía que suele acompañar a la tragedia, se encontraba con una versión Power Ranger de Rosencratz y Guildenstein. El único inconveniente era que el que no conocía la trama de antemano, se iba con las manos vacías, porque lo que la obra cuenta no es la historia del príncipe de Dinamarca, sino el proceso de la compañía para reflexionar y hacer la puesta de la obra. No quiero escribir sobre todas las obras, pero no puedo despedirme sin mencionar a Kagemi. Es la segunda oportunidad en mi vida que veo teatro japonés (la anterior experiencia fue aquella lejana vez en que una compañía de teatro Noh se presentó en el teatro San Martín), así que todavía no estoy muy segura de si lo que me fascina es la estética en sí o el exotismo oriental. Definitivamente es algo que no se ve en la escena porteña, y que me remite al teatro sagrado, a pesar de que los japoneses afirmaron una y otra vez que de sagrado no tenía nada.

K.M.:-
Sin duda Kagemi fue una experiencia estética memorable. No sé si tiene que ver con Oriente o con lo trascendental. Creo que lo que la obra proponía era lo que propone toda obra de danza (¿por qué lo olvidaremos cuando vemos teatro…?) y es una conexión sensorial directa con la materialidad de lo que sucede en el escenario. De todos modos, más allá de la performance de los actores y de la belleza de las imágenes, era un espectáculo que se disfrutaba en igual medida con los ojos cerrados. La música era realmente superlativa. Es curioso el silencio que puede lograr la platea porteña cuando quiere. ¡Ah!, y el saludo final de la compañía… fue un espectáculo en sí mismo.

N.K.:-
Con respecto a las obras que no mencioné, pondré un piadoso manto de silencio. En el mejor de los casos, nada que no haya visto antes.

K.M.:-
La piedad es el camino más directo hacia la santidad. Y un crítico piadoso, más que crítico es un…

N.K.:-
Pero si tengo que hacer un balance general, debo admitir que el resultado es ampliamente positivo. Por fin veo que mis impuestos vuelven a mí.

K.M.:-
Ahora estoy padeciendo el síndrome de abstinencia del Festival. Igual no viene mal desintoxicarse un poco, siempre y cuando una sepa que dentro de dos años tendremos una nueva sobredosis. Porque, va a haber Festival, ¿no…?

N.K.:-
Que el 2009 nos encuentre unidos y en paz. ¡Bah…!, me conformo con que nos encuentre.