Advertencia: obra no apta para mentalidades limitadas o categóricas. Personas insensibles, abstenerse.
Todos los demás, disfrutarán sin parar. E incluso aquellos esquivos a las actuales hibridaciones felizmente caóticas de las artes escénicas, esbozarán una sonrisa muy a su pesar.
Imposible describir bajo líneas académicas este espectáculo, pero imagínese El show de los Muppets con los muñecos que no quedaron en el casting, los que fueron "malparidos", o imagínese los del musical La tiendita del horror . Quedaron personajes tontos que hicieron un show aparte. Horrorosos, por lo adorables, tiernos e increíbles. Con nada: un piano que baila, unos paneles espejados muy truchos, y un sillón polvoso. Con inescrupuloso respeto, llenan el espacio y lo transforman en un cabaret terroríficamente gracioso.
Esos personajes -a la sazón cuatro maravillosos actores/bailarines/músicos-, que no son patéticos, porque eso sería hablar de una estructura narrativa o de un pretendido drama, se han reunido para mostrar una serie de "habilidades", o para contar qué pasaría si quisieran montar una historia de amor (a su manera), o para demostrar que perfectamente toda la trayectoria de la danza y el teatro musical en Buenos Aires puede dejar de ser conspicua, al menos por un rato.
Pero además, el entorno no es arbitrario. La obra tiene alojamiento en el Centro Cultural Rojas, sede, desde hace muchos años ya, de la vanguardia artística y teórica, la más transgresora y propositiva. Hoy, hay que reconocerlo, de capa caída, quizá absorbido por luchas políticas poco creativas. Pero Los Figurantes parece recoger la bandera de los '80, de tantos artistas locos, geniales, tan poco apegados a los mandatos tristes y ortodoxos, pero a la vez despojados de las categorías impuestas por la mediocridad de los mercados: nadie hacía nada por "parecer" freak, por estar a la moda de esa época. Los artistas se preocupaban por ser y, sobre todo, por hacer (http://www.proa.org/exhibiciones/pasadas/80s/teatro.html).
Lo paradójico es que ni su directora ni, posiblemente, ninguno de sus excelentes intérpretes, hayan vivido la loca marea de los '80. Tampoco la ha vivido una serie de creadores que, como ellos, resquebrajan con sus piezas los cimientos tan coherentes de las artes escénicas, produciendo sus híbridos, sin tener en cuenta, en absoluto, si las escuelas del teatro y la danza corroboran sus herramientas, muchas veces irreconocibles. Entonces, la reflexión nos lleva a pensar que quizá hoy es necesario, es imprescindible, sacudirse la modorra de las enseñanzas de los grandes maestros y los importantes libros teóricos -muy útiles, sin embargo, para entender que la cultura es, al mismo tiempo, diacrónica y sincrónica- y divertirse y divertir, para tener la posibilidad de pensar desde ese lugar y leer la/las realidad/es de una forma renovada. Aunque, claro, es probable que lo contrario sea, asimismo, urgente: analizar la contemporaneidad sin dormirse en los laureles, sino deshojándolos. Y para ello es preciso conocerlos.